miércoles, 27 de noviembre de 2013

Remar, remar




A propósito de reflexiones que he hecho estos días atrás acerca de la suerte, buena o mala, de las personas, me gustaría compartir contigo un texto que leí hace un tiempo.


En cierta ocasión un hombre tomó la decisión de consultar a un sabio sobre los muchos problemas que lo aquejaban. Luego de un agotador viaje hasta el lejano paraje donde residía aquel anciano maestro, el hombre finalmente pudo dar con él: 

- Maestro, acudo ante usted porque estoy verdaderamente desesperado, nada de lo que intento me sale bien y ya no sé qué más puedo hacer para progresar en mi vida. 
Fue entonces que el sabio maestro le expresó: 
- En verdad creo que puedo ayudarte con la raíz de tu problema. Respóndeme ahora: ¿sabes remar?




Un poco confundido por la insólita pregunta, el hombre respondió que si. 
Fue entonces que el maestro lo llevó hasta el borde de un lago, juntos subieron a un viejo bote y el hombre empezó a remar con fuerza hacia el centro a solicitud del viejo maestro.
- ¿Va a poder responderme maestro cómo he de obrar para mejorar mi vida? - dijo el hombre, advirtiendo que el maestro gozaba de la vista que se le ofrecía ante sus ojos y del placentero viaje sin demostrar mayores preocupaciones.
- Sigue, sigue remando, no te detengas todavía - dijo éste- puesto que debemos llegar al centro del mismo lago.
Al llegar al centro exacto del lago, el maestro le dijo:
- Arrima tu cara todo lo que puedas al agua y dime qué es lo que puedes observar. 
El hombre pasó casi todo su cuerpo por encima de la borda del pequñeo bote. Tratando de no perder el equilibrio acercó su rostro todo lo que pudo al agua, aunque sin entender mucho para qué se lo pedía el maestro.
De improviso, el maestro lo empujó con fuerza y el hombre cayó pesadamente al agua. Al pretender salir del agua, el maestro cogió con firmeza la cabeza del hombre con ambas manos e impidió que pudiera llegar a sacarla del agua. 



Desesperado, el hombre manoteó, pataleó, trató inútilmente de gritar bajo el agua hasta que, casi a punto de morir ahogado, el maestro lo soltó y le permitió subir a la superficie para que pudiera respirar libremente.
Al llegar hacia la superficie el hombre, entre toses y ahogos, le preguntó con gritos desesperados al maestro: 
- ¿Es que acaso ha perdido la razón, maestro? ¿No se daba cuenta de que yo podía morir ahogado? 
Con el rostro plácido, el maestro le preguntó: 
- ¿ Cuando estabas en el agua en qué cosas pensabas? ¿Qué era lo que más deseabas en ese preciso momento?
El hombre todavía preso de agitación y nerviosismo le respondió:
- ¡En respirar, maestro, por supuesto que en poder respirar! ¡En qué otra cosa podía pensar sino en poder respirar nuevamente el aire de la vida!
Fue entonces que el sabio maestro le dijo:

- Cuando tú mismo pienses en triunfar con la misma vehemencia con la que pensabas en respirar, en ese preciso momento y no antes, estarás preparado para triunfar. Puedes creerme si te digo que es así de fácil o difícil, según tú mismo quieras verlo. Te digo que a veces resulta necesario llegar al punto del "ahogo" para descubrir el modo en que deben enfocarse los esfuerzos para llegar a realizar nuestras metas más anheladas. 



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