viernes, 21 de febrero de 2014

Ahora



Hacer
La noche más oscura.

Huir
De lo pasado que no quieres o no aceptas.



Llenar
Esa oscuridad de sueños. 





Correr
A través de ellos en busca del destino.



Sentir
Que estás en él. 




Ahora.








Siempre.



__________________________________________________________________________



miércoles, 12 de febrero de 2014

Los oscuros: el pasado, el futuro.







¿Temes lo que puede traerte el mañana? 
No te adhieras a nada, 
no interrogues a los libros ni a tu prójimo.
Ten confianza; de otro modo, 
el infortunio no dejará de justificar tus aprehensiones.

No te preocupes por el ayer: 
ha pasado...
No te angusties por el mañana: 
aún no llega...
Vive, pues, sin nostalgia ni esperanza:
tu única posesión es el instante.









Tan rápidos como el agua del río
o el viento del desierto, nuestros días huyen.
Dos días, sin embargo, me dejan indiferente:
el que partió ayer y el que llegará mañana.

A aquellos que en el hoy aguardan su ventura,
y a los que en el mañana fijaron su esperanza,
un muecín les grita desde la Torre Oscura:
-«¡Locos! ni aquí, ni allí, vuestra paga es segura!»

En sueños, otra voz, que me repite, advierto:
-«La flor abrirá al beso de la nueva mañana»;
mas un rumor que pasa, me dice, ya despierto:
-«La flor que ayer abrió, dio su aroma y ha muerto».




Omar Khayyam (1050-1122)



________________________________________________________________________________


Algo difícil: Aprender a disfrutar, plenamente, del presente. 

martes, 31 de diciembre de 2013

Os escribo desde el futuro, desde 2014.



El 2014 fue genial.

Podemos afirmar (para mis amigos estadistas y metodólogos/as), con un valor p menor que  α = 0,01 que lo que aprendimos el año pasado, en dos mil trece y pusimos en práctica en dos mil catorce, fue estadísticamente significativo para nuestra vida y nuestro conocimiento.

Entre otras cosas aprendí a no suponer. Aclaré mis dudas y no di nada por supuesto. Ante la sospecha, pregunté, cosa que antes no hacía y sólo me traía problemas a mi. Porque, a veces, suponer nos hace inventar historias increíbles que a veces hacemos invencibles en nuestra mente y que, además, no tienen fundamento.






Aprendí la importancia de las palabras. Muchas veces, o casi siempre, no me doy cuenta de que aquello que digo, lo que sale de mi boca, es lo que yo soy. Dicho de otra forma: cuando juzgas a alguien estás diciendo más de ti que de la otra persona. Honrar nuestras palabras es ser coherentes con nosotros mismos, con lo que pensamos y con lo que hacemos. Honrarlas, es parte del amor que nos debemos a nosotros mismos.








Intenté hacer siempre todo  de la mejor forma que pude. Quizás no lo logré, porque es algo difícil (como todo esto), pero es un camino. Si intentamos sacar lo mejor de nosotros mismos, no tendremos la necesidad de recriminarnos o arrepentirnos de lo que hacemos.

También, aunque fue duro, intenté no tomarme nada personalmente y ponerme en el lugar del otro. Aprender a ponerse mentalmente los zapatos del otro para empezar a comprenderlo. 

Intenté no juzgar, aunque muchas veces es algo infinitamente imposible. Es como nuestro pasatiempo favorito. No estamos influenciados o perturbados por los eventos, sino por nuestra interpretación de los mismos.








También intenté no aparentar, algo difícil. Porque a veces aparentamos hasta para nosotros mismos. Quizá nos da miedo mostrarnos tal como somos, pero recordaba a Jung: Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad. 











No. No os asustéis ni os exaltéis de contentos.
Todavía no he podido viajar en el tiempo como se espera que el hombre alguna vez lo haga ni tengo un Delorean preparado.




Pero sí. Soy un viajero del tiempo, joven, de sólo veintitrés años y poco más. No sé muchas cosas, no sé más que tú, ni lo mismo que tú.

Lo que realmente no sé todavía es si el tiempo pasa por mi, o yo por él. O si existe, simplemente.

Si la realidad existe o no, o si la creo yo, o ya está creada y sólo la vivo y acepto el porvenir, o el devenir.

No sé si conozco el amor en plenitud, porque quizá sea algo tan grande que no seamos capaces de llegarlo a concebir, o siquiera aceptar desde la condición humana.

Cada día que pasa me doy cuenta de que soy algo más y más pequeño en el Universo, pero también de que tengo más y más potencial.


POR UN 2014 SIN HUMO. 
QUE EN ESTE AÑO NUEVO VENDAMOS MUCHO MENOS HUMO Y MÁS ORO (INTERIOR) A LOS DEMÁS Y A NOSOTROS MISMOS. 




viernes, 6 de diciembre de 2013

La paradoja de nuestro tiempo

Esta mañana recibí un email de una profesora. Era para hacer una reflexión sobre un texto de George Carlin, el cual me ha gustado mucho y quiero compartir con vosotros.





“La paradoja de nuestro tiempo es que tenemos edificios más altos y temperamentos más reducidos, carreteras más anchas y puntos de vista más estrechos. Gastamos más pero tenemos menos, compramos más pero disfrutamos menos. Tenemos casas más grandes y familias más chicas, mayores comodidades y menos tiempo. Tenemos más grados académicos pero menos sentido común, mayor conocimiento pero menor capacidad de juicio, más expertos pero más problemas, mejor medicina pero menor bienestar.
Bebemos demasiado, fumamos demasiado, despilfarramos demasiado, reímos muy poco, manejamos muy rápido, nos enojamos demasiado, nos desvelamos demasiado, amanecemos cansados, leemos muy poco, vemos demasiada televisión y oramos muy rara vez.
Hemos multiplicado nuestras posesiones pero reducido nuestros valores. Hablamos demasiado, amamos demasiado poco y odiamos muy frecuentemente.
Hemos aprendido a ganarnos la vida, pero no a vivir. Añadimos años a nuestras vidas, no vida a nuestros años. Hemos logrado ir y volver de la luna, pero se nos dificulta cruzar la calle para conocer a un nuevo vecino. Conquistamos el espacio exterior, pero no el interior. Hemos hecho grandes cosas, pero no por ello mejores.
Hemos limpiado el aire, pero contaminamos nuestra alma. Conquistamos el átomo, pero no nuestros prejuicios. Escribimos más pero aprendemos menos. Planeamos más pero logramos menos. Hemos aprendido a apresurarnos, pero no a esperar. Producimos computadoras que pueden procesar mayor información y difundirla, pero nos comunicamos cada vez menos y menos.
Estos son tiempos de comidas rápidas y digestión lenta, de hombres de gran talla y cortedad de carácter, de enormes ganancias económicas y relaciones humanas superficiales. Hoy en día hay dos ingresos pero más divorcios, casas más lujosas pero hogares rotos. Son tiempos de viajes rápidos, pañales desechables, moral descartable, acostones de una noche, cuerpos obesos, y píldoras que hacen todo, desde alegrar y apaciguar, hasta matar. Son tiempos en que hay mucho en el escaparate y muy poco en la bodega. Tiempos en que la tecnología puede hacerte llegar esta carta, y en que tú puedes elegir compartir estas reflexiones o simplemente borrarlas.
Acuérdate de pasar algún tiempo con tus seres queridos porque ellos no estarán aquí siempre.
Acuérdate de ser amable con quien ahora te admira, porque esa personita crecerá muy pronto y se alejará de ti.
Acuérdate de abrazar a quien tienes cerca porque ese es el único tesoro que puedes dar con el corazón, sin que te cueste ni un centavo.
Acuérdate de decir te amo a tu pareja y a tus seres queridos, pero sobre todo dilo sinceramente. Un beso y un abrazo pueden reparar una herida cuando se dan con toda el alma.
Acuérdate de tomarte de la mano con tu ser querido y atesorar ese momento, porque un día esa persona ya no estará contigo.
Date tiempo para amar y para conversar, y comparte tus más preciadas ideas.
Y siempre recuerda:
La vida no se mide por el número de veces que tomamos aliento, sino por los extraordinarios momentos que nos lo quitan.”

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Remar, remar




A propósito de reflexiones que he hecho estos días atrás acerca de la suerte, buena o mala, de las personas, me gustaría compartir contigo un texto que leí hace un tiempo.


En cierta ocasión un hombre tomó la decisión de consultar a un sabio sobre los muchos problemas que lo aquejaban. Luego de un agotador viaje hasta el lejano paraje donde residía aquel anciano maestro, el hombre finalmente pudo dar con él: 

- Maestro, acudo ante usted porque estoy verdaderamente desesperado, nada de lo que intento me sale bien y ya no sé qué más puedo hacer para progresar en mi vida. 
Fue entonces que el sabio maestro le expresó: 
- En verdad creo que puedo ayudarte con la raíz de tu problema. Respóndeme ahora: ¿sabes remar?




Un poco confundido por la insólita pregunta, el hombre respondió que si. 
Fue entonces que el maestro lo llevó hasta el borde de un lago, juntos subieron a un viejo bote y el hombre empezó a remar con fuerza hacia el centro a solicitud del viejo maestro.
- ¿Va a poder responderme maestro cómo he de obrar para mejorar mi vida? - dijo el hombre, advirtiendo que el maestro gozaba de la vista que se le ofrecía ante sus ojos y del placentero viaje sin demostrar mayores preocupaciones.
- Sigue, sigue remando, no te detengas todavía - dijo éste- puesto que debemos llegar al centro del mismo lago.
Al llegar al centro exacto del lago, el maestro le dijo:
- Arrima tu cara todo lo que puedas al agua y dime qué es lo que puedes observar. 
El hombre pasó casi todo su cuerpo por encima de la borda del pequñeo bote. Tratando de no perder el equilibrio acercó su rostro todo lo que pudo al agua, aunque sin entender mucho para qué se lo pedía el maestro.
De improviso, el maestro lo empujó con fuerza y el hombre cayó pesadamente al agua. Al pretender salir del agua, el maestro cogió con firmeza la cabeza del hombre con ambas manos e impidió que pudiera llegar a sacarla del agua. 



Desesperado, el hombre manoteó, pataleó, trató inútilmente de gritar bajo el agua hasta que, casi a punto de morir ahogado, el maestro lo soltó y le permitió subir a la superficie para que pudiera respirar libremente.
Al llegar hacia la superficie el hombre, entre toses y ahogos, le preguntó con gritos desesperados al maestro: 
- ¿Es que acaso ha perdido la razón, maestro? ¿No se daba cuenta de que yo podía morir ahogado? 
Con el rostro plácido, el maestro le preguntó: 
- ¿ Cuando estabas en el agua en qué cosas pensabas? ¿Qué era lo que más deseabas en ese preciso momento?
El hombre todavía preso de agitación y nerviosismo le respondió:
- ¡En respirar, maestro, por supuesto que en poder respirar! ¡En qué otra cosa podía pensar sino en poder respirar nuevamente el aire de la vida!
Fue entonces que el sabio maestro le dijo:

- Cuando tú mismo pienses en triunfar con la misma vehemencia con la que pensabas en respirar, en ese preciso momento y no antes, estarás preparado para triunfar. Puedes creerme si te digo que es así de fácil o difícil, según tú mismo quieras verlo. Te digo que a veces resulta necesario llegar al punto del "ahogo" para descubrir el modo en que deben enfocarse los esfuerzos para llegar a realizar nuestras metas más anheladas.